miércoles, noviembre 28, 2007
martes, noviembre 20, 2007
domingo, noviembre 18, 2007
¡Quiero Dinero!
El pasado jueves se presentó en Buenos Aires la edición local de Dinero, del artista hispano Miguel Brieva.
Apelando a una estética basada en los diseños americanos de la publicidad gráfica de posguerra, Brieva descuartiza el sentir actual de una sociedad de consumo que se aproxima a su "consumación".
Apelando a una estética basada en los diseños americanos de la publicidad gráfica de posguerra, Brieva descuartiza el sentir actual de una sociedad de consumo que se aproxima a su "consumación".
jueves, noviembre 15, 2007
Lions for lambs
Luego de ver la nueva película de Robert Redford es interesante realizar el ejercicio de dar una pasada por las reviews (críticas americanas) que recibió el film. En muy pocas oportunidades se podrá presentar un ejemplo tan claro de la imposibilidad de apreciar una obra que, como eje discursivo presenta, precisamente, la confrontación discursiva, la toma de posición como valor a rescatar. Claramente, y no por su historia (discurso en sí), sino por sus errónea lectura, la producción desnuda la mediocridad del pensamiento americano.
La película de Redford tiene dos variables muy claras de análisis: la sólida estructura narrativa y su jugado planteo ideológico.
En el primer aspecto, el film se articula, básicamente, en tres escenarios: en una oficina de profesor universitario, que refleja un diálogo entre el docente y su alumno, en una oficina del partido republicano con una reunión entre una periodista de primera línea y un senador joven y en una operación de Marines en un punto de Oriente Medio.
Redford elije contar las tres situaciones en montaje paralelo, con un gran aprovechamiento del recurso, al punto de lograr una estupenda resignificación de cada secuencia a medida que avanza la historia. El lugar que otorga a la palabra (principalmente se trata de una película de diálogos) es esencial, sin descuidar nunca como operar la tensión sobre el espectador, que participa del juego desmembrando el entramado del plot mientras se le exige que ejerza su espíritu crítico frente al discurso del que es receptor.
Y aquí radica lo interesante de la segunda variable. No es que se comulgue incondicionalmente con lo que la película propugna. Precisamente, en ese disentir, en el arte del debate, radica la apuesta de Redford. Su enemigo directo no es la política americana (que cuestiona, seriamente, ojo) sino la ambigüedad de los tiempos que corren, la ausencia de ese animal político (zôon politikón) necesario para marcar los tiempos del cambio social.
Una película compleja, profunda, para pelearse y discutir. Con uno de los mejores finales del año, por su aspereza y apertura.
¿De las actuaciones? Impecables. Aunque lo más importante es su ubicación en el cuadro para transmitir la palabra justa y certera.
Un Robert Redford que se muestra en madurez y en su mejor momento.
La película de Redford tiene dos variables muy claras de análisis: la sólida estructura narrativa y su jugado planteo ideológico.
En el primer aspecto, el film se articula, básicamente, en tres escenarios: en una oficina de profesor universitario, que refleja un diálogo entre el docente y su alumno, en una oficina del partido republicano con una reunión entre una periodista de primera línea y un senador joven y en una operación de Marines en un punto de Oriente Medio.
Redford elije contar las tres situaciones en montaje paralelo, con un gran aprovechamiento del recurso, al punto de lograr una estupenda resignificación de cada secuencia a medida que avanza la historia. El lugar que otorga a la palabra (principalmente se trata de una película de diálogos) es esencial, sin descuidar nunca como operar la tensión sobre el espectador, que participa del juego desmembrando el entramado del plot mientras se le exige que ejerza su espíritu crítico frente al discurso del que es receptor.
Y aquí radica lo interesante de la segunda variable. No es que se comulgue incondicionalmente con lo que la película propugna. Precisamente, en ese disentir, en el arte del debate, radica la apuesta de Redford. Su enemigo directo no es la política americana (que cuestiona, seriamente, ojo) sino la ambigüedad de los tiempos que corren, la ausencia de ese animal político (zôon politikón) necesario para marcar los tiempos del cambio social.
Una película compleja, profunda, para pelearse y discutir. Con uno de los mejores finales del año, por su aspereza y apertura.
¿De las actuaciones? Impecables. Aunque lo más importante es su ubicación en el cuadro para transmitir la palabra justa y certera.
Un Robert Redford que se muestra en madurez y en su mejor momento.
miércoles, noviembre 14, 2007
The Hoax
The Hoax, ya de movida, aborda un género complejo en cuanto a la llegada a buen puerto: el de la biopic (que pesa con ese terrible preludio de: “basado en una historia real”). En este caso, se centra en la persona de Clifford Irving, periodista y escritor americano que cuenta con el curioso aporte histórico de haber embaucado a una editorial de primera línea y a varios medios de su país, con una falsa autobiografía de Howard Hughes.
Es interesante sumergirse en este film con posterioridad a la mirada de F for Fake (ver post anterior). En el documental de Welles se puede ver al verdadero Irving mientras compartía ágapes y tomaba apuntes para la biografía de su amigo el falsificador de cuadros Elmyr de Hory. Allí mismo se referencia a la posterior estafa Hughes. Es simple: un incipiente embaucador se enamora de uno de mayor carrera, el mejor de todos los tiempos.
Por lo pronto, el primer acierto de Hallström en su película es Richard Gere: su composición de Irving es soberbia en cuanto a la actuación y su parecido en el perfil físico, asombroso. Gere es el alma de film para distribuir desde el centro de la escena una narrativa perfecta, que asocia al espectador a la faena del estafador y lo convierte en cómplice y voyeur del periplo del protagonista para mantener una mentira sobre otra.
Estéticamente, el realizador logra capturar la atmósfera de la década del setenta, no solo en el diseño de arte, sino en la iluminación y composición del cuadro.
Como compañero de andanzas de Irving está el introvertido pero eficiente Dick Suskind, encarnado por Alfred Molina que aprovecha cada contrapunto con el personaje principal para lucirse y fortalecer el desarrollo narrativo del film.
Párrafo aparte merece la siempre increíble Marcia Gay Harden, como la esposa de Irving, un reflejo del mundo que se desmorona pese a los intentos del periodista por poner en marcha una vida de fábula.
Para cerrar, Hope Davis demuestra su capacidad todo terreno como la ambigua editora de turno.
Casi como una letanía, se puede señalar que, de haberse estrenado, sería una de las mejores películas del 2006. Todavía se espera su edición oficial en dvd por estas pampas. Lamentable.