lunes, noviembre 27, 2006

Baires Card 6

Alsina y Bolivar

Alsina y Bolivar

sábado, noviembre 25, 2006

Art School Confidential

Cuando una de las mejores películas del año no llega a los cines

Buen film

Es notable la cantidad de variables que pueden derivarse del abordaje a un film más allá del puro análisis cinematográfico.
Art School Confidential, la última película de Terry Zwigoff (Crumb, Ghost World, Bad Santa) no llegó a las salas comerciales de Argentina, poniendo otra vez en tapete el debate acerca de cual es el criterio a la hora de seleccionar material para exhibir en los cines del país (en el mejor de los casos, porque el interior suele quedarse afuera, aún, de varios estrenos que tienen lugar en Capital Federal y Gran Buenos Aires solamente).
Cuestión de convocatoria y recaudación, señalará un distribuidor avezado, mientras algún representante de los multicines aseverará sonriendo. En realidad, eso carece de fundamento ya que no se explica, por citar un ejemplo, el porque del estreno de The Covenant, una flojísima reversión americana de Harry Potter que, al día de su llegada a los cines, ya circulaba en versiones piratas y ni en ese formato justificaba su adquisición. ¿Qué conviene, entonces, estrenar? Por lo pronto, se puede aprender del caso El Ilusionista, la película sorpresa del año, de bajo presupuesto, pocas salas de exhibición, distribuidora menor y muy buena recaudación. O recordar las apuesta de Warner por productos como American Splendor y Elephant, de la factoría HBO pictures, con buenos resultados a pesar de lo segmentado de su convocatoria. Es, en definitiva, una cuestión de ejercer buen criterio por parte de los programadores en juego.
Art School Confidential es un claro ejemplo de un film que, bien trabajado desde la promoción, es sumamente estrenable. No solo porque se presenta como una de las películas más frescas, interesantes y jugadas de la temporada, sino por su alto vuelo en la propuesta general y su nivel de entretenimiento. El director Terry Zwigoff volvió a reunirse con el guionista de comics Daniel Clowes, con quien ya había pergeñado Ghost World, y una vez más atacó con su transposición cinéfila de la historieta underground americana. El resultado es un film exquisito, que interpela la farsa del surgimiento y éxito del artista, con su ambiente snob y sus estereotipos sociales. La historia se articula desde la comedia cínica, que buen resultado le da al realizador, pero se cruza muy inteligentemente con una línea policial que deriva en la resolución de la trama y cierra el concepto general de la producción.
Por suerte, el consuelo que queda, es que tuvo su edición nacional en dvd, con muy buena cantidad de extras.
Un último detalle: ¿era absolutamente necesario lanzarla con el patético título de El arte de la seducción?

jueves, noviembre 23, 2006

Trailers

Arácnido

Desde hace unas semanas se puede ver en internet el nuevo teaser trailer de Spiderman 3. Desde ya es bastante impactante, tanto a nivel visual como en el esbozo de la trama del film. Raimi tiene en su haber un antecedente más que favorable como para entusiasmarse lo suficiente.

También, desde el lunes a la noche, el sitio movies.yahoo da cuenta del avance de otro tanque del año que viene: Harry Potter and the order of the Phoenix. Es apenas un teaser que, en los pocos segundos que dura, trata de marcar el acentuado oscurecimiento del film respecto de sus precuelas.

Pero el que se lleva todas las palmas es el trailer de Zodiac, el nuevo film de David Fincher, que siempre es bien recibido (si lo piensan, no tiene películas malas: Alien 3, Seven, Fight club, Panic room). Ambientado en San Francisco en la década del setenta, vuelve con un tema que maneja muy bien: el de los serial killers. Obviamente, lo más interesante es su despliegue visual, con el acentuado manejo de los contrastes y su uso de lentes largas. Habrá que esperar.

miércoles, noviembre 15, 2006

Los Infiltrados - The Departed

Scorsese Infernal

Una experiencia cinéfila

Parte 1. Remakes

Las remakes suelen ser armas de doble filo. En los tiempos que corren, la falta de ideas innovadoras transforma a las “versiones” en un producto aún más despersonalizado víctima de la máquina industrial que, en medio de una nueva crisis, necesita asegurar éxitos de taquilla. Aparentemente, el acto de recrear producciones de buenos resultados en el pasado, ayuda a pergeñar ese objetivo.
A medida que el cine como arte tuvo historia, con sus períodos y géneros que las caracterizaban, las remakes comenzaron a formar parte de la producción habitual. Casi se podría decir que se sumaron a ese mismo proceso de crecimiento de la disciplina aunque, vale decir, fueron más un emergente de las políticas de los estudios, que de las ideas y voluntades de los artistas. No obstante, y merced a esa misma evolución, el reversionar una película no siempre significó una pérdida de calidad u originalidad desde el punto de vista de la dirección. Ya en 1956, el maestro Alfred Hitchcock llevó adelante El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much), sobre el mismo plot (y título, claro) de una película que había rodado en el período inglés, veinte años antes. La nueva versión se aggiornó a los tiempos y realidad americana, con la inclusión del alter ego del maestro del suspenso en el protagónico: James Stewart. El resultado es uno de los referentes más importantes en lo que respecta al cine de espionaje de los años cincuenta, con la personal marca del director que comenzaba a transitar el lapso de mayor desarrollo creativo de su vida. Claro que se trataba de Hitch y de una pieza de su propio riñón cinematográfico.
Más allá de esta particular obra, se pueden encontrar varios ejemplos de remakes que recrean con intensa personalidad a la original en que se basan. La Cosa, el enigma de otro mundo (The Thing, 1982) de John Carpenter, es claro exponente de un film que supera a la película que replica, una joyita del cine clase B del cincuenta. El amanecer de los muertos (Dawn of the dead, 2004) de Zach Snyder, es otra muestra de una lograda remake, sobre la base de un clásico del cine de terror de todos los tiempos y referente de un sub-género muy explotado: las películas de zombies. Con ese pesado antecedente, Snyder despuntó una película muy personal y fue una de las grandes sorpresas el año en que se estrenó.
Los Infiltrados (The Departed), la última película de Martin Scorsese, es una nueva (y americana) mirada de uno de los logros del cine oriental de los últimos años: Asuntos Infernales (Infernal Affairs, 2002) de Wai Keung Lau y Siu Fai Mak. En este caso, al tema habitual de las remakes, hay que sumar una corriente que se acentuó en los últimos años en el proceso de producción de Hollywood: la compra de derechos (ideas) de films extranjeros, con epicentro en la cinematografía de género proveniente de oriente.
Infernal Affairs es un film que trabaja con precisión milimétrica la relación especular de dos grupos antagónicos: mafia y policía. La idea de los dos infiltrados en los bandos enfrentados da lugar a un juego de ajedrez de alta tensión.
Scorsese ya había incursionado en el campo de las remakes con Cabo de miedo (Cape Fear, 1991). Al respecto, en las entrevistas a directores que Laurent Tirard realizó para la revista Studio y que constituyen el libro Lecciones de Cine, el director de Taxi Driver señaló en referencia a esa obra y a la pregunta que indagaba hacia quién dirigía sus películas: “El único filme que he hecho para un público en especial ha sido Cabo de miedo, pero se trataba de una película de género, un thriller y, cuando haces algo así, hay ciertas reglas que debes seguir para que el público reaccione de un modo determinado: suspense, miedo, excitación, risa… Pero, a pesar de todo, permíteme que lo exprese así: el esqueleto de la película lo hice para el público; el resto fue para mí”.
Clarísimo. El componente autoral está presente y el resultado es una película paradigmática de los noventa y de la filmografía del director. Un buceo en el alma de una familia (des)perfecta americana y el mal que se cierne en forma de ángel vengador.
Con Los infiltrados el método de trabajo Scorsese se vuelve a repetir. Utiliza el esqueleto de un clásico del cine oriental y lo convierte en una obra personal, ubicándose en el top de la filmografía del director y en lo mejor que ha llevado adelante en los últimos quince años. Scorsese potencia toda punta hilvanada en la original y mejora sustancialmente el resultado final del film, dotándolo de varios niveles de análisis.

Scorsese tiene algo que decir

Parte 2. Los infiltrados y el cine de Scorsese

“Los cineastas son capaces de adoptar el material de otra persona y conseguir que, a pesar de todo, se entrevea una visión personal. Rodarán la película y dirigirán a los actores de un modo que acabará transformando el filme para que formen parte del conjunto de obras que constituyen sus otras películas, con unos temas y unas aproximaciones al material y a la caracterización similares”
(Martin Scorsese en cuestión a la diferencia conceptual entre director y cineasta, en Lecciones de Cine, de Laurent Tirard, ed Paidós, pag. 74)

Aviso: en la lectura de lo que sigue a continuación, se pueden encontrar detalles de giros de la trama y referencias a la resolución final del filme The Departed

Es un lugar común ubicar a Martin Scorsese como uno de los cineastas más vanguardistas aparecidos en los setenta. Una generación que creció con la bandera del espíritu independiente y la consecuente búsqueda de explorar nuevas líneas narrativas en una gramática del cine.
Como todo gran director, no solo presenta su marca en el aspecto visual del film, sino en las líneas temáticas explotadas, como también en el perfil de sus personajes y la consiguiente forma en que el guión se plasma en el celuloide.
Los infiltrados presenta un universo que Scorsese ha manejado con solvencia: el de los grupos mafiosos, el de la violencia callejera en el marco de los enfrentamientos étnicos. Ya en Calles Salvajes (Mean Streets, 1973) se observa ese andar testigo de la cámara por los suburbios de New York y sus protagonistas del bajo mundo. Deambular que, desde otro lugar, se profundiza en Taxi Driver (1976) y culmina en la experimentación biográfica que es Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990). La primera observación que se puede encontrar en la narrativa del director es la identidad de los protagonistas de sus filmes. Seres profundamente enfrentados al sistema normativo imperante, al punto de trabajar un código moral propio. En las películas de Scorsese no hay acciones inmorales, sino amorales. El Michael Corleone coppoliano, por citar un ejemplo, es un ser profundamente inmoral, que traiciona el legado de honor de su padre, comete el peor de los pecados (fraticidio) y se redime según el canon religioso (de ahí la confesión de la tercera parte de El Padrino). También, según ese canon, paga con la penitencia y el sufrimiento.
Los personajes de Scorsese, en sentido contrario, transitan en un mundo donde ellos ponen las normas. No hay transgresión, porque ese es el estado natural de las cosas. El Travis Bickle de Taxi Driver es un ser que necesita establecer códigos propios porque la sociedad que lo acoge carece de ellos. Tan es así que, por el azar de los acontecimientos, pasa de asesino a héroe nacional. Henry Hill, en Goodfellas, no se arrepiente de su vida de gangster: cuando deja el crimen es para formar parte de la “sociedad convencional” y pasa a ser, en su propia valoración, un don nadie, porque la verdadera naturaleza del hombre es el estado anterior.

Scorsese tiene algo que decir

Los infiltrados se inicia dejando claro que ese es el universo que Scorsese explotará durante dos horas y media de metraje. En una magistral clase de narrativa clásica, el montaje paralelo que precede a los títulos de apertura del film presenta el perfil de los protagonistas enfrentados y, por extensión, los grupos étnicos, y de pertenencia, en colisión. El personaje de Matt Damon, apadrinado por el capo mafioso Frank Costello (Jack Ncholson), actúa como contrapunto del verdadero sostén del film: Billy Costigan (Leo Di Caprio) niño prodigio devenido en policía infiltrado en las huestes de Costello. Apelando a la utilización de una lente gran angular en varias ocasiones (la favorita del director) y trabajando mucho los planos medios y amplios para involucrar a todos los protagonistas (al igual que en Goodfellas) el director oscila entre la narración coral y el detenimiento en la mirada de los protagonistas. Lo cierto es que, The Departed, es un calvario, un andar de los dos infiltrados en un camino que va devorando su propia vida y sueños. La presencia del duelo policía-mafioso ayuda a profundizar la (a)moralidad del cine scorsesiano. Ni el capitán Oliver Queenan (Martin Sheen), ni su hombre de confianza Dignam (Mark Wahlberg) quieren atrapar a Costello por su violación a la ley, sino para ganar la partida, para adjudicarse esa victoria esquiva plasmada, simbólicamente, en el comienzo, con el partido de rugby entre policías y bomberos. De ahí que, en un diálogo exquisito, Costigan, atormentado, preguntará: ¿Por qué no lo atrapan por asesinato? Lo he visto matar a decenas de tipos… Si algo queda claro en Los infiltrados es el machismo exacerbado de la realidad elegida por Scorsese. Tanto los policías, como los mafiosos enfrentados, representan grupos misóginos, homófonos y chauvinistas; y, claramente, no saben perder. Las mujeres aparecen (como en tantas otras películas del director) funcionales a ese mundo masculino y, en el mejor de los casos, como objetos de disputa.Otro elemento clave es el aspecto religioso, muy presente en la filmografía del cineasta. En este caso, se ve abordado desde la pertenencia a la comunidad irlandesa de los protagonistas. Así, Colin Sullivan (Matt Damon), es retratado como un religioso frustrado que (¡oh casualidad!) deviene en informante del hampa. No es en el único aspecto del film en el que Scorsese opina acerca de la institución eclesiástica actual. Esa frustración se mantendrá simbólicamente en todo el film, marcando el accionar del personaje. En una notable escena intimista en la casa del capitán de Oliver Queenan, éste recibe a un desolado Costigan al que invita a cenar mientras le comenta que su hijo se encuentra en el seminario: queda muy claro que lugar ocupa su informante en el desarrollo de la trama.
La acción del film está dosificada a partir de escenas de profunda violencia alternadas con diálogos de exquisita fluidez narrativa. El climax, con el arresto definitivo de Costello y el posterior ajusticiamiento por parte de Sullivan, se da en el marco de un tiroteo que lleva la firma del director en la selección de los planos, como en la opción del montaje final para contarlo: las muertes se congelan en cámara por milésimas de segundos, dando lugar a un plasticidad muy interesante en lo estético. Párrafo aparte merece la escena asfixiante en el ascensor, con un final a lo Perros de la calle resuelto de manera impecable en escasos planos, como para acentuar la crudeza del enfrentamiento.
En propias palabras del director, en su charla con el periodista Laurent Tirard, allá por 1997: “Creo que el cineasta tiene la obligación de contar la historia que quiere contar, lo que implica que hay que saber de que diablos estás hablando”.
Martin Scorsese, ciertamente, lo sabe.