Oscar
No es una novedad ni un esclarecimiento señalar que los Oscar son un premio “de” la industria y “para” la industria, lo que elimina de lleno cualquier análisis respecto de correspondencias en cuanto al carácter artístico de lo que se premia.
Pocas veces los críticos y analistas coinciden con los galardones. Los últimos años, Clint Eastwood y Peter Jackson parecieron inclinar un poco la balanza logrando buenos films que se mantuvieron entre la fina línea de la excelencia y el entretenimiento.
Este año, se dio la particularidad que muy buenas producciones se encontraron nominadas en los rubros principales. Películas que atravesaron discursivamente puntos neurálgicos de cuestiones sociales, lejos de la condescendencia y la demagogia a la que la industria nos acostumbró. En el grupo se destacan las excelentes Good Night and Good Luck, de George Clooney y Munich, de Steven Spielberg. Y aquí viene el asunto. Estos dos films no obtuvieron ninguna estatuilla. Clooney se conformó con recibir el primer Oscar de la noche por su labor de reparto en Syriana y, conociendo los bueyes con los que ara (por eso es reacio a participar de las ceremonias) comentó un sarcástico “bueno, no voy a ganar como director”. Punto y je je.
Promediando la noche comenzó a aparecer un fantasma que era la carta ganadora de la industria en una contienda reñida y política, con los popes máximos de la industria jugándola palmo a palmo. La carta ganadora era Crash. Quien esto escribe presintió ya lo que iba a ser sorpresa más tarde, cuando esta película se alzó con los premios a edición de sonido y guión original. Así, luego de que Ang Lee ganase su, digamos, merecido premio como director, los muchachos se salieron con la suya: “premiemos a Crash, que está hecha por fuera del sistema (¿?), y habla de esas cosas sociales que le gusta a la gente, así se avivan que tenemos registro de lo que pasa puertitas adentro”.
Crash es, lejos, la peor película nominada en mucho tiempo a los Oscar y, quizá, uno de los films más perversos estrenados el año pasado. Su tratamiento del problema racial en los EEUU es, cuanto menos, infantil, carente de toda rigidez y abiertamente demagógico. Una película reaccionaria por donde se la mire.
De ninguna manera este análisis intenta echar por tierra el logro del compatriota Gustavo Santaolalla que le ganó a “dos” Williams y, encima, recordó a la audiencia sus orígenes latinos. Wallace and Gromit demostró que el único rubro no mancillado de esta ceremonia sigue siendo el novel premio a la animación.
En fin, nada se puede esperar de un premio de cine que nunca premió al director más grande de todos los tiempos, Alfred Hitchcock, y al actor más grande de la historia, Charles Chaplin. Los dos lo recibieron en su forma “lava culpas”, como Oscar honorario.
Como dijo en una parte de la trasmisión Jon Stewart, el animador de la entrega, a propósito del Oscar ganado a mejor tema original por un grupo de Rap: “Three 6 Mafia: One – Martin Scorsese: Zero”. Un buen cuadro de situación.
Pocas veces los críticos y analistas coinciden con los galardones. Los últimos años, Clint Eastwood y Peter Jackson parecieron inclinar un poco la balanza logrando buenos films que se mantuvieron entre la fina línea de la excelencia y el entretenimiento.
Este año, se dio la particularidad que muy buenas producciones se encontraron nominadas en los rubros principales. Películas que atravesaron discursivamente puntos neurálgicos de cuestiones sociales, lejos de la condescendencia y la demagogia a la que la industria nos acostumbró. En el grupo se destacan las excelentes Good Night and Good Luck, de George Clooney y Munich, de Steven Spielberg. Y aquí viene el asunto. Estos dos films no obtuvieron ninguna estatuilla. Clooney se conformó con recibir el primer Oscar de la noche por su labor de reparto en Syriana y, conociendo los bueyes con los que ara (por eso es reacio a participar de las ceremonias) comentó un sarcástico “bueno, no voy a ganar como director”. Punto y je je.
Promediando la noche comenzó a aparecer un fantasma que era la carta ganadora de la industria en una contienda reñida y política, con los popes máximos de la industria jugándola palmo a palmo. La carta ganadora era Crash. Quien esto escribe presintió ya lo que iba a ser sorpresa más tarde, cuando esta película se alzó con los premios a edición de sonido y guión original. Así, luego de que Ang Lee ganase su, digamos, merecido premio como director, los muchachos se salieron con la suya: “premiemos a Crash, que está hecha por fuera del sistema (¿?), y habla de esas cosas sociales que le gusta a la gente, así se avivan que tenemos registro de lo que pasa puertitas adentro”.
Crash es, lejos, la peor película nominada en mucho tiempo a los Oscar y, quizá, uno de los films más perversos estrenados el año pasado. Su tratamiento del problema racial en los EEUU es, cuanto menos, infantil, carente de toda rigidez y abiertamente demagógico. Una película reaccionaria por donde se la mire.
De ninguna manera este análisis intenta echar por tierra el logro del compatriota Gustavo Santaolalla que le ganó a “dos” Williams y, encima, recordó a la audiencia sus orígenes latinos. Wallace and Gromit demostró que el único rubro no mancillado de esta ceremonia sigue siendo el novel premio a la animación.
En fin, nada se puede esperar de un premio de cine que nunca premió al director más grande de todos los tiempos, Alfred Hitchcock, y al actor más grande de la historia, Charles Chaplin. Los dos lo recibieron en su forma “lava culpas”, como Oscar honorario.
Como dijo en una parte de la trasmisión Jon Stewart, el animador de la entrega, a propósito del Oscar ganado a mejor tema original por un grupo de Rap: “Three 6 Mafia: One – Martin Scorsese: Zero”. Un buen cuadro de situación.
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