Ratatouille

Hablar de la perfecta (y asombrosa) técnica de animación de Pixar es una obviedad en los tiempos que corren. No solo por la excelencia de los estudios, sino también por la creciente accesibilidad a nuevas tecnologías que permiten afinar esos procesos. El ejemplo fue la experiencia de Happy Feat de Warner Animation, que se destacó en su imponente riqueza visual.
Pasada esta premisa es cuando gana terreno lo más importante: el guión. Y acá es donde Ratatouille se acomoda como para estar entre las diez mejores películas en lo que va del año. No solo es una de las tres mejores historias de la ya considerable vida de Pixar Animation Studios (lo cual es muy difícil de lograr con tan buenos títulos) sino que marca la importancia definitiva de un realizador como Brad Bird, que marca grandes diferencias con otros directores por su conocimiento de los puntos más aprovechables de los géneros cinematográficos en su forma animada. Ya había deslumbrado con The Incredibles y su anterior film para los estudios Warner, The Iron Giant, una de esas obras maestras que se dan cada tanto.
Ratatouille es, definitivamente, un cuento para adultos que disfrutan también los chicos. Es una fábula, un film muy inteligente acerca de las posibilidades de alcanzar las metas más inverosímiles; es una comedia de contradicciones, de mundos enfrentados. También es un homenaje a París, la buena música y, obvio, la buena comida.
Es para ver, casi, obligatoriamente. Hay que correr al cine ni bien se estrene, antes de lamentar lo único realmente malo de la película: poder verla solo con el patético doblaje al argentino.